El Sagrado Corazón
de Jesús y Yo
Un Testimonio de Vida



Juan Enrique Acuña Kaldman
Mi Testimonio:

– Una historia de amor y misericordia

Que tan valiosa será la imagen del Sagrado Corazón de Jesús que, en el año 2013, el entonces Papa Francisco pronunció unas palabras que siguen iluminando el corazón de la Iglesia y de los fieles:

"El Corazón de Jesús es el símbolo por excelencia de la misericordia de Dios; pero no es un símbolo imaginario, es un símbolo real, que representa el centro, la fuente de la que ha brotado la salvación para la entera humanidad.”

La imagen que veneramos apareció por vez primera en 1673, cuando Santa Margarita María Alacoque tuvo su visión en Paray-le-Monial, una pequeña comuna al sur de París. En esa primera aparición, Él se lamentaba de la falta de amor de la humanidad y nos dejó sus hermosísimas doce promesas.

Sé que lo que voy a contar es muy difícil de creer. Las experiencias como la mía no ocurren todos los días… algunas suceden quizá cada medio siglo o más. Pero ¿acaso debía callar mi vivencia? ¿Guardar para mí el maravilloso y divino regalo?

Al reflexionar sobre los Evangelios, especialmente el capítulo X de San Lucas, deduje que el amor al prójimo es el mandato más importante. Por eso, imaginé que un día Dios nos preguntará: “Dime ¿Amaste a tu prójimo?”, pero pensé que a mi me preguntaría, además: “¿Dime, diste testimonio de mi Amor? ¿Fuiste testigo de mi Misericordia?”

Nadie se atrevería a contestar negativamente. No después de haber sentido Su presencia tan cerca en varias ocasiones y de forma impresionante y visual. Por eso como hijo que responde con gratitud, decidí compartir tan maravillosa experiencia, a sabiendas que al hacerlo estaría poniendo mi salud mental en duda.

Y así lo he hecho, con humildad y con fe, he dado este testimonio más de veinte ocasiones en quince parroquias distintas en algunas dos, tres y hasta cuatro veces. Mi Testimonio está compuesto por cinco momentos que marcaron mi vida: dos milagros, dos presencias y una coincidencia que no puedo llamarla de otro modo más que
Diosidencia.


Segunda experiencia:
– La curva, el puente y la vaca.

Una década había pasado desde aquel Viernes Santo en Bahía de Kino, cuando sentí por segunda vez que Jesús me protegía sin que yo lo mereciera. Tenía ya una familia: mi esposa y cinco hijos pequeños. Ellos estaban en Hermosillo, visitando a nuestros seres queridos. Yo trabajaba en Guaymas, y tan pronto terminé mis labores, me preparé para alcanzarlos. Sería hora y media de carretera al atardecer, como cualquier otro viaje. O eso creía.


La carretera Guaymas-Hermosillo era, en ese entonces, de un solo carril. Nada de acotamientos amplios. Justo al pasar el sitio conocido como Las Palmas, después de una curva y al final del puente de La Arboleda, vi a una vaca cruzando la carretera pausadamente. Para evitar el golpe, giré el volante a la izquierda. La maniobra fue rápida, instintiva. Pero para corregir y no salirme del camino, giré de nuevo hacia la derecha. Pero ahora vi asustado que me salia del lado derecho, vi en mi mente el carro hecho pedazos y giré de nuevo a la izquierda. El automóvil, un Plymouth Belvedere pesado pero potente, respondió de forma inesperada: empezó a derrapar.

Lo impensable se volvió realidad. El coche no solo perdió el control, sino que comenzó a desplazarse… en reversa. No a poca velocidad, no en un breve resbalón: retrocedía velozmente, a unos 80 kilómetros por hora, sin poder frenar, como si el tiempo se hubiese detenido.

Recuerdo que entonces tuve que ver a través del espejo retrovisor, guiando como podía ese baile que parecia imposible. Finalmente, el auto se salió del camino por la orilla contraria, entonces apliqué fuertemente el freno deteniéndose en sentido opuesto al que yo venía. Quieto. Vivo. Perfectamente estacionado.

Aún en shock, vi detenerse frente a mí un automóvil más grande. Bajó de él un señor, acompañado por su chofer. Se acercó con rostro amable y me preguntó algo que nunca olvidaré:

—¿Trae algo con alcohol?

Le respondí que no, ¡no vengo tomando!, y dijo, sonriendo: —Es para que se lo tome. Lo necesita,
lo que acaba de hacer es increíble.

Me ofreció una bebida y pidió a su chofer que condujera mi carro hasta Hermosillo. Él me llevó en su auto. Platicamos poco, pero lo suficiente para descubrir que vivía muy cerca de donde se encontraba mi familia, cerca del antiguo aeropuerto, por donde hoy está el Hospital Chávez del Isssteson.

Fue una noche tranquila. Pero en mi interior, una misma certeza se repetía: Dios me había salvado nuevamente. En una carretera estrecha, con un obstáculo imprevisto, con una maniobra que desafió la física, alguien —un desconocido generoso— me tendió la mano. ¿Coincidencia? No para mí. Era, otra vez, Su misericordia actuando.

✨ Primera Presencia:
–Tucson, 1980 - El rostro que respondió mi súplica.

Fue un sábado, 21 de junio de 1980, cuando recibí una noticia que me apretó el corazón: mi hermano Manuel Raymundo, a quien todos llamábamos con cariño “Manuel”, sería hospitalizado en Hermosillo por una infección grave. Viajé de inmediato. Lo encontré lúcido, pero su piel era intensamente amarilla. Le diagnosticaron hepatitis y lo internaron en la sala de infectología del Hospital General del Estado, una sala que daban ganas de llorar al verla.


Esa misma tarde, lo saqué y lo llevé a descansar a su casa. Pero al día siguiente, su estado empeoró. Lo ingresaron en la Clínica del Noroeste, esa misma tarde sufrió convulsiones. Al día siguiente cayó en coma. Lo trasladaron de urgencia al hospital de la Universidad de Arizona, en Tucson, acompañado por su amigo íntimo, el doctor Francisco Ramos.



Llegué a Tucson el martes 24 y mi hermano seguía en coma. El miércoles, los médicos fueron claros: le daban apenas un 10% de posibilidades de sobrevivir. El jueves ya con tres días en coma, solo la pupila de un ojo respondía a la luz. El Dr. Ramos, con sinceridad dolorosa, me dijo que no había esperanza.

Me dije entonces, le preguntaré a alguien que sabe más que todos y me dirigí a la pequeña capilla del hospital. Una capilla chica, sencilla, vacía, silenciosa. Me arrodillé frente al crucifijo. Y allí, con una mezcla de desesperación y fe, me atreví a rogarle al Señor diciéndole:
“Señor Te pido por la vida de mi hermano, No me voy levantar de aquí hasta que Me des una señal. No me levantaré sin saber si mi hermano vivirá o no.”

Pasaron treinta minutos. Entre sombras, me pareció ver un rostro de Cristo serio, con una corona de espinas: el rostro de Cristo en su pasión, ello me entristeció. Permaneció así 15 minutos y de pronto vi que sonreía. Una expresión suave, hermosa y serena. Realmente no se si sería todo esto mi imaginación, pero me levanté lleno de esperanza.


Corrí con el médico y le dije:
—“Mi hermano se va a salvar.”
—“¿Cómo puedes saberlo si está igual?” —me dijo, casi molesto.
Guardé silencio porque yo estaba seguro.

Nos recostamos un rato. A las 9 de la noche volví a verlo. Me acerqué a su cama, como lo hacía cada hora. Puse mi mano sobre él… y abrió los ojos. Me miró fijamente con sus grandes ojos.
Me conmoví hasta las lágrimas… pero también dudé. ¿Sería un reflejo, una reacción antes del final? Para comprobarlo, acerqué mi mano bruscamente a sus ojos. Y los cerró. Luego los volvió a abrir.
Allí supe, sin lugar a dudas, que Cristo me había escuchado. Que la señal había sido real. Que, contra todo pronóstico médico, la vida le estaba volviendo.

Corrí nuevamente con su amigo. Entramos juntos, pero mi hermano estaba inconsciente otra vez. El médico, escéptico, me miró sin palabras. Pero yo conservé la certeza. Al día siguiente, viernes por la mañana, lo encontramos igual. Sin respuesta. Fuimos a desayunar, al regresar a su habitación, la sorpresa nos detuvo en seco:

Mi hermano estaba sentado en la cama, sonriendo. Al vernos, saludó al médico con su apodo de confianza:
—¡Pancha!
El doctor se quedó mudo.
Lo miré y le dije:
—“¿Ahora sí me crees?”
Mi hermano no solo despertó: se recuperó. Salió del hospital varios días después, con su vida restaurada. Y con ello, también la de toda nuestra familia.


Segunda Presencia:
Guaymas, 1982 – Una visión más allá de las imágenes.


Desde mediados de los años sesenta, el Dr. José Iturbide Camarena había pasado de ser mi amigo a convertirse prácticamente en un hermano. Médico tapatío, hombre íntegro, sencillo y apasionado por su vocación, se había instalado en Empalme, donde nació nuestra amistad. Compartimos infinidad de momentos: estudios, deportes, celebraciones familiares… incluso llegamos a ser compadres. Nuestra cercanía era intensa y verdadera.


Dos años después de la enfermedad de mi hermano Manuel, recibí una llamada que volvió a quebrantar mi alma. Era la noche del 28 de abril de 1982. Su primera esposa me habló desde Tucson, Arizona diciéndome que el día siguiente operarían a mi compadre de cáncer de colon, y que no le daban esperanzas de vida. La noticia me dejó profundamente entristecido.

Como lo había hecho siempre esa noche al acostarme, me persigné, recé un Padre Nuestro y me acosté al lado de mi esposa. Pero el sueño no venía. Mi mente giraba entre recuerdos y temor. Me invadía la angustia de perder a alguien tan querido. En esa oscuridad interior, comencé a orar intensamente:

“Señor, cuando te rogué por mi hermano, me respondiste. Hoy te pido por mi amigo… por quien es como mi hermano. Si vas a salvarlo, Dame una señal, como aquella vez.”

Entonces ocurrió algo que no esperaba. Con los ojos cerrados, pero consciente, vi una imagen con una claridad sorprendente: el Sagrado Corazón de Jesús, con un corazón rojo enorme, luminoso, mucho más grande que el de cualquier imagen que yo hubiera visto. Su túnica era blanca y resplandeciente.


Yo, que había sido reacio a cualquier imagen religiosa —excepto al crucifijo—, me quedé maravillado, asombrado, sorprendido. Quise alzar la vista en aquella visión para mirar su rostro… pero no pude. La túnica aumentó su resplandor intensamente, estando con los ojos cerrados, tuve que abrirlos de inmediato. Comprendí que Él no me permitía ver Su rostro y había realizado una transfiguración.

En ese momento, no entendía la razón de esa aparición. Pero después, al revisar la historia de Santa Margarita María Alacoque y su revelación del Sagrado Corazón en 1673, supe que aquello que me fue concedido era una segunda, increíble y hermosa Presencia. Habían pasado 309 años exactos desde aquella primera visión en Paray-le-Monial.


Al día siguiente viajamos a Tucson. Cuando llegué al hospital San José (Saint Joseph), me acerqué al cuarto de mi compadre. Dudé si contarle lo que me había ocurrido. Pensé que no me creería. Pero cuando finalmente lo hice, me miró con los ojos llenos de asombro, y me dijo:

—"Sí te creo. Porque justo hace una hora, mi madre me llamó desde Guadalajara y me pidió que, antes de entrar al quirófano, me pusiera del lado del Sagrado Corazón la medalla de la Virgen y del Sagrado Corazón de Jesús que ella me había regalado."


Sus palabras me estremecieron. Lo que había visto, lo que había sentido… no estaba desconectado del mundo. Estaba enlazado en lo invisible.

Mi compadre sobrevivió la cirugía y vivió muchos años más. Fue testigo de esta historia y de esa Su Presencia que no es solo una imagen, es Su Amor, Su Misericordia que vuelve cada muchos años para iluminarnos, guiarnos y despertarnos en la esperanza y en la fe.

Una Diosidencia
Guadalajara a Hermosillo, 2006
Habían pasado más de dos décadas desde aquella visión del Sagrado Corazón. Muchas cosas habían cambiado. Mis hijos habían crecido, mi fe se había afianzado, y la necesidad de compartir aquello que había vivido, crecía dentro de mí como una misión pendiente. Quería agradecer al Sagrado Corazón de Jesús, no solo por lo que había hecho conmigo y con los míos, sino por haber repetido su gloriosa presencia en nuestro país, en nuestro estado, en nuestra ciudad y puerto, como siempre lo hizo, buscando pescadores de almas.

No bastaba con contarlo una y otra vez —algo dentro de mí me decía que debía darle forma física a Su imagen, promover Su devoción con un rostro, con una presencia tangible. Así que decidí encargar la creación de una imagen especial. Una que no fuera solo artística, sino también un testimonio en sí misma.

Fue en septiembre de 2006 cuando viajé a Guadalajara, coincidiendo con un congreso, y aproveché para buscar quién pudiera fabricarla. No fue una decisión precipitada ni casual. Fue un acto de gratitud. La primera imagen se destinó a la iglesia de Cristo Rey en Empalme, aunque la había ordenado para la Parroquia del Espíritu Santo de Guaymas.

A mi regreso, el domingo 17, el vuelo llegó con gran retraso. A causa de ese retraso, terminé quedándome en casa de una de mis hijas en Hermosillo. A la mañana siguiente, al despertar, descubrí el periódico sobre una silla… y una noticia que me hizo quedarme sumamente sorprendido y feliz:

“Hoy estarán en Hermosillo los restos incorruptos de Santa Margarita María Alacoque, por primera vez en México.”

¿Santa Margarita María? ¿La vidente original del Sagrado Corazón en el siglo XVII? ¿Ella… justo ese día? ¿En la misma ciudad? ¿Después de siglos sin salir de Francia?


No lo podía creer. El corazón me latía con fuerza. Era imposible planear algo así. Yo había encargado esa imagen para honrar esa devoción, y al regresar, sin haberlo previsto, ella venía también. O, mejor dicho, el Señor la traía a mí, para confirmarme que había iniciado una peregrinación de su agrado y beneplácito.

Contacté de inmediato a uno de los guardias de honor de la Archicofradía de la Guardia de Honor del Sagrado Corazón, que custodiaban los restos. Le expliqué mi historia, mi testimonio. Conmovido, me permitió ser el primero en tocar el cofre que los contenía. Fue un momento indescriptible. Los custodios, al escuchar mi relato, sonrieron y dijeron una palabra que lo explicaba todo: —"Esto no es coincidencia… es una Diosidencia."

Y pienso que tenían razón.

¿Cómo explicar que yo hubiera sentido el impulso de ordenar una imagen justo antes? ¿Que ella viniera por primera vez a México justo ese día, justo a Hermosillo, justo cuando yo regresaba de ese encargo? ¿Y que mi vuelo se retrasara solo lo necesario para que yo pudiera encontrarme con ella?

Solo Dios tiene ese extraordinario poder.


Epílogo

Desde entonces, he compartido esta historia en todas las iglesias de Guaymas, Empalme, San Carlos, dos de Hermosillo y una de Tucson. No por vanidad, sino por agradecimiento, porque el mundo necesita de esperanza y necesita de alegría. Porque muchos se sienten solos, olvidados, desamparados… y necesitan saber que Dios no se ha ido. Que sigue tocando puertas, enviando señales, apareciendo en los momentos más sencillos con la fuerza de lo eterno.

El Sagrado Corazón de Jesús no quiere ser solo una imagen en una iglesia. Quiere ser entronizado en nuestros hogares y nuestros corazones. Y eso hemos hecho: con la ayuda de sacerdotes, obispos y feligreses, hemos entregado cientos de imágenes en papel fotográfico, además de imágenes de cuerpo entero en varias ciudades.



Termino diciendo que jamás me he sentido digno de haber vivido estas experiencias milagrosas tan profundas. No soy más que un hombre común, un pecador arrepentido que fue escuchado. Solo soy Su humilde instrumento y testigo de lo que Él puede obrar en la vida de quien se le acerca con fe sincera en Su amor y en Su misericordia.

Me escogió como dice la Escritura:

“Dios ha escogido lo necio del mundo para avergonzar a los sabios; lo débil para avergonzar a lo fuerte…” — 1 Corintios 1, 27–29

Sagrado Corazón de Jesús, en Ti confío.


Agradecimientos:

- Agradezco las siempre finas atenciones de:

  • El obispo emérito de Ciudad Obregón Monseñor Felipe Padilla Cardona.
  • El arzobispo emérito de Hermosillo Monseñor José Ulises Macías Salcedo.
  • Nuestro Obispo Monseñor Rutilo Felipe Pozos Lorenzini.
  • A todos los sacerdotes de Guaymas, Empalme y San Carlos, dos de la ciudad de Hermosillo y a mi estimado amigo Felix Mario Aguirre diácono de la ciudad de Tucson, Arizona.
  • A cada fiel, a cada hogar que ha abierto sus puertas a esta imagen… mi gratitud eterna.

De manera muy especial al Padre Felipe de Jesús Gonzáles Iñiguez y al Profesor Luis Müggenburg por su revisión y consejos y al Ing. Oscar Ulloa Cadena por su enorme apoyo en la realización de esta página.